“Sin la clínica de las defensas, es decir, sin la clínica del conflicto, o se reduce la clínica a la interpretación delirante de Melanie Klein, o se reduce a una ridícula historieta infantil o a un sectarismo transferencial. En cualquier caso se degrada el sufrimiento y lejos de prestarle atención se convierte en acusación…”
Un apunte sobre el texto de Las Defensas
En el preámbulo a la sesión sobre Las Defensas Francisco Pereña dice:
“Las defensas tienen que ver con el yo, pero si la unidad yoica requiere la defensa será porque está cuestionada de raíz. Para la clínica del sujeto, la defensa es frente a la alteración pulsional y, por tanto, frente a la angustia. Será más importante prestar atención a (…) cómo un sujeto se defiende de la vida pulsional y, en ese sentido, también del deseo (…)”
Este preámbulo está desplegado ampliamente a lo largo del contenido posterior de la sesión de la que quiero destacar particularmente la relación que, a mi modo de ver, plantea Pereña como condición sine qua non, entre deseo y defensa. De manera clara y sencilla expone por qué no se puede entender el uno sin la otra, haciéndonos entender sobre el terreno de lo cotidiano la tarea y las dificultades a las que se enfrenta el sujeto del deseo, al situarle en el polo opuesto a cualquier idealización o resolución definitiva del conflicto pulsional, en tanto en cuanto la angustia y la soledad son los compañeros habituales en el trabajo con el deseo.
Sería lógico pensar, entonces, que frente al vértigo que el deseo provoca en el sujeto del conflicto pulsional, la defensa jugaría solo un papel de sometimiento del deseo al miedo como instrumento defensivo y de oclusión del mismo. Sin embargo, la defensa puede ocupar también un lugar que abra vías de tránsito y mantenimiento del deseo. Dice Pereña: “No hay deseo sin estrategia. Lo que diferencia al deseo de la fantasía es que el deseo tiene estrategia. La estrategia del deseo es darle una posibilidad, organizar las defensas en función del deseo, no contra el deseo como hacen habitualmente las fobias, por poner un ejemplo”.
Es decir, usar las defensas como barreras para defender al deseo de la posición pasiva y sin límite de la fantasía, la idealización, el otro persecutorio, etc. Si quiero algo he de ir en pos de ello e intentar neutralizar el miedo, la inhibición, lo que sea… La estrategia para preservar el deseo pasa por actuar con las tareas concretas que lo hagan posible. Esas tareas concretas serán las barreras, las defensas ante la insistencia del miedo y el vértigo paralizante, para que el deseo pueda ir abriéndose camino.
Estamos, entonces, en el tiempo del análisis donde el sujeto del conflicto pulsional se pone frente a la decisión de defender su deseo en busca de la posibilidad de vivir. Solo y exclusivamente depende de él. Esta decisión es en soledad.
Teo Fiunte
Clínica del sujeto: Las Defensas (Octubre 2019)
Francisco Pereña
Como dije, este curso lo he basado en las preguntas que me habéis hecho sobre temas que queríais quizás aclarar, desarrollar o debatir… El objetivo es pues situar esas cuestiones que algunos habéis planteado, teniendo como referencia fundamental la práctica clínica.
La primera pregunta era sobre las defensas. Yo tenía la idea de haber hablado mucho sobre las defensas en el curso anterior, pero parece que no lo suficiente, por lo cual aquí estamos para volver sobre el tema. Es, sin duda, una cuestión fundamental. La clínica del sujeto es la clínica del conflicto. Lo he dicho muchas veces. Es, por tanto, la clínica de las defensas, porque la clínica de las defensas es la clínica del conflicto y esto se ve en el rigor de la formulación freudiana que liga la defensa a la relación entre el yo y las pulsiones. El error de Anna Freud, por ejemplo, situar las defensas exclusivamente como mecanismos del yo y entendiendo el yo, además, como una tópica, como una instancia. Es un error grave desde el punto de vista clínico porque desenfoca la cuestión de la defensa. La defensa, es verdad que tiene que ver con el yo. Es evidente que la organización yoica es una organización de defensas, pero la raíz, la raigambre de la defensa está en la pulsión, en la alteración pulsional.
Es la peculiaridad de la vida humana, que es una vida extraña de la que hay que defenderse para vivir. Ya, de por sí, eso te coloca en una situación peculiar. Te tienes que defender de la vida para vivir esa vida. Esto es una paradoja. Yo prefiero llamarlo malentendido, porque es un malentendido que nos acompaña todo el tiempo en las relaciones con los demás, en las relaciones con el deseo, en las relaciones con el miedo, es el malentendido radical de cómo vivir defendiéndose de la vida. Por eso, sin la perspectiva pulsional es difícil abordar el campo de las defensas. Después se desarrollará de múltiples formas, pero ese es el campo de las defensas. La raíz de las defensas es lo que yo llamo, como sabéis, alteración pulsional y en esto voy a recurrir de nuevo a la enseñanza de la psicosis, porque es cierto que la psicosis nos enseña mucho sobre la clínica del sujeto. Efectivamente, la psicosis se mueve entre la melancolía y la paranoia. Y ese es el campo de las defensas, es decir, la relación entre el vacío pulsional y el exceso pulsional. Eso no hace falta que lo explique otra vez. Me parece claro que si la vida del humano está expropiada por el otro está vacía, pero a la vez es un exceso porque hay un empuje a la vida. La pulsión es esa mezcla de vacío y de exceso. Y esto es un punto importante también para entender las defensas porque con muchísima frecuencia veréis en la clínica cómo hay un modo de defenderse del vacío pulsional o de la angustia fundamental, con el rechazo hostil. La angustia fundamental es el nombre freudiano para lo que yo llamo alteración pulsional, es decir, el vacío pulsional produce un estado de angustia porque no es un vacío producido como un agujero negro. Es un sujeto de la angustia. El sujeto de la pulsión es el sujeto de la angustia. Por eso decía que es fundamental relacionar el vacío pulsional con el exceso pulsional. Con mucha frecuencia vemos cómo los sujetos se defienden del vacío pulsional con el exceso pulsional. No hace falta acudir a la bulimia, no hace falta acudir al TDH o a lo que fuera, o a algún TOC… Es toda forma de sobrepresencia. Por ejemplo, la angustia de abandono es una exigencia de presencia basada en el exceso pulsional para taponar el vacío pulsional. Esto está inscrito en la primera organización defensiva del sujeto que es el fantasma sadomasoquista.
La primera organización de defensa, mirado desde la pulsión, y la base para pensar la formación del yo es el fantasma sadomasoquista. Y, ¿qué tiene de peculiar el fantasma sadomasoquista, aparte de toda la parafernalia defensiva que viene a decir que estoy protegido por aquel que me daña…? Es un asunto de enorme importancia, porque muestra cómo el daño figura como defensa. Esto es importante. Quiero decir que el fantasma sadomasoquista no existiría si no hubiese ese núcleo que nos enseña el psicótico, de que la mejor manera de tratar la melancolía es con la paranoia. Y la angustia de abandono y el fantasma sadomasoquista se organizan siempre en torno a un perseguidor. La escena interna del vacío pulsional está construida como escena proyectada hacia el exterior, no como vacío sino como exceso persecutorio. Es decir, el vacío no está visto como deseo, está tratado con el objeto “total” del perseguidor. Un perseguidor siempre te acompaña. Esa es la explicación de Plutarco a la que tantas veces me he referido: quizás se pueda vivir sin amigos, en ningún caso sin enemigo Es lo que todos hacemos, buscar un enemigo para taponar el vacío pulsional. Digo todo esto para que veáis este punto de la clínica de las defensas. La clínica de las defensas es una buena intuición de Anna Freud, pero se equivocó, a mi parecer, de raíz al colocarla en el terreno exclusivo del yo y no en el terreno pulsional.
Sin la clínica de las defensas, es decir, sin la clínica del conflicto, o se reduce la clínica a la interpretación delirante de Melanie Klein, o se reduce a una ridícula historieta infantil o a un sectarismo transferencial. En cualquier caso se degrada el sufrimiento y lejos de prestarle atención se convierte en acusación. ¿Cómo es la interpretación en Melanie Klein? Una interpretación total. Y ¿qué significa la totalidad en el mundo de la clínica del sujeto? Un tapón, un cierre, no la apertura a la elaboración. Es un cierre doctrinario. Hay una explicación total ya de entrada. ¿Qué es la clínica del goce? Ya no mira el conflicto, es una condena y una acusación. Si la clínica de Melanie Klein está construida sobre la confusión entre pulsión y fantasías originarias, la clínica lacaniana está construida sobre una versión de la satisfacción del lado del sadismo. Cuando un psicoanalista dice usted goza, es un acto sádico, una acusación. Lo peor es lo que se supone. En primer lugar, es un abuso del fantasma sadomasoquista, y lo que supone ese abuso del fantasma sadomasoquista es la elusión del conflicto. Ya no va a escuchar al sujeto de la angustia, de la angustia fundamental o de la alteración pulsional, ya no va a escuchar más el vacío pulsional, lo va a convertir en un matema. Pero eso es una paradoja, no un malentendido. Es una paradoja matemática, son tautologías, como decía Wittgenstein, que no sirven para nada. La famosa paradoja del barbero no nos aclara nada. El problema es el malentendido que significa la vida para el sujeto humano. Y el malentendido es por el conflicto pulsional. Si taponas el vacío pulsional con la interpretación total, el resultado es que no hay sujeto. Cuando yo critico la interpretación kleiniana como interpretación total es en ese sentido, que tapona. ¿Qué sujeto hay ahí? A lo más, un sujeto pasivo. Un sujeto pasivo no es un sujeto. El sujeto activo es el de las defensas. El sujeto pasivo es el de la interpretación total o el del goce. Es decir, no pinta nada. Es padecimiento de un externo que ni siquiera es ya la construcción que puede hacer el sujeto del objeto persecutorio. Es mucho peor, es un objeto total. Es verdad que cuando tú construyes el objeto persecutorio, de entrada no lo puedes construir como totalidad sino como conflicto. Sin el conflicto no hay sujeto propiamente dicho, no hay sujeto activo. El sujeto del goce no es sujeto o el sujeto de la interpretación total de Melanie Klein no es sujeto.
El yo es una organización de defensas, que crea intimidad. Porque la clave del asunto es la posibilidad de crear intimidad, de crear lo que yo llamo mundo interno y si tú no creas intimidad, la tienes que construir exclusivamente con una escena exterior a ti mismo y, entonces, se produce la sobrepresencia invasiva. No hay intimidad, no hay mundo interno sin la ausencia. Sobre la carencia radical, el vacío pulsional, se crea la falta del otro, el deseo que nace de esa falta como ausencia. Ahí introduzco yo el tema de la articulación de la demanda inconsciente. Donar la demanda inconsciente es dirigirse al otro desde la distancia de la soledad que busca el encuentro con la fragilidad del acogimiento. No se atrinchera en respuestas ya preestablecidas, sobre todo por el miedo. El otro es un desconocido. Cuando lo convierto en objeto persecutorio, es un conocido. ¿Por qué es tan importante el chisme? Para tener un objeto que te acompañe, que borre la soledad, un objeto perseguidor o chivo expiatorio del grupo. Es algo inevitable en la propia formación del yo porque es la manera de ir construyendo cada día y en cada instante la identidad de uno frente al otro. En la medida en que yo cuento un chisme contra alguien el grupo se cohesiona. Así haces presente al ausente para usarlo como sostén del grupo. Dar presencia al ausente mediante lo persecutorio o la denigración o la conspiración entre amigos contra el que no está, etc., forma parte del funcionamiento yoico mismo.
Hay una cantante que a mí me gusta mucho que se llama Amy Winehouse. No voy a hablar de la música de Amy Winehouse, hay expertos para ello. Lo que quiero decir es que tenía la manera típica de los sujetos anoréxicos o de los sujetos bulímicos, que es el modo de taponar el vacío pulsional con el exceso de nada, para de nuevo abrir el vacío pulsional. Creo que en esos casos podemos hablar de un fondo melancólico contra el que se pelea todo el tiempo. Amy Winehouse se daba atracones y luego devolvía inmediatamente. De hecho murió de falta de potasio en un ataque de estos. En ella se entiende bien la relación que hay entre la anorexia y la droga, porque, efectivamente, funcionaba como objeto total tanto la ingesta como la privación. He leído que se colgaba de cualquiera y lo convertía inmediatamente en el objeto imprescindible de su vida. Podía ser cualquiera. Quiero decir que no era del orden del deseo sino de esa especie de “necesidad” que suele aparecer en el empuje de la desesperación. Conocía a alguien y entraba en una especie de pasión. No podía prescindir de él para nada y, a la vez, era evidente que no le servía para nada y, sin embargo, no podía prescindir de nada, más que como autodestrucción.
Contaba esto para subrayar la relación que hay entre el vacío pulsional y el exceso pulsional en las defensa. Con mucha frecuencia podemos ver a alguien que dice querer algo intensamente y hace lo contrario para alcanzarlo o para recibirlo. Quiere lo que por otro lado destruye. Qué papel juega aquí la defensa? Hay defensas que promueven el deseo y otras que lo obstaculizan al verse reducido el sujeto a la constante angustia de su exclusión o de su impotencia. Cuando de manera fundamental predomina la angustia de abandono, el deseo queda sojuzgado por el miedo. Ante el vacío se busca la destructividad como exceso pulsional.
Winnicott hablaba del miedo al derrumbe. ¿Qué significa el miedo al derrumbe? Estar lleno de miedo. Los ataques de pánico, efectivamente, provienen de cuando el miedo al derrumbe ya no protege, ya no funciona como defensa, es una angustia actuada como simple pánico a la descomposición. El miedo al derrumbe es una curiosa defensa, que protege con el miedo de lo que el propio miedo mantiene. Uno puede decirle a un paciente: la catástrofe es su propio miedo, para que así pueda acercarse al conflicto del deseo, para que la defensa no sea el obstáculo mayor del deseo. El exceso de miedo es un contraataque al vacío con el exceso, hasta el punto de que la propia presencia del otro se hace invasiva e insoportable.
El primer elemento de la organización yoica, el primer rudimento de la función yoica es el fantasma sadomasoquista en el sentido de que crea una versión del otro como protección y como daño. Ambas cosas. El fantasma sadomasoquista es ineludible en la formación del yo, pero si únicamente predomina el daño entonces no queda otra forma de distancia, de intento de crear intimidad, que el rechazo. La intimidad requiere la distancia del otro, la ausencia sin la que no hay posibilidad de recibir, no hay posibilidad de encuentro. El niño con sus fantasías crea distancia e intimidad también, pero entonces, el estilo, decía anteriormente, de la formación yoica es enormemente importante porque ahí se juega la creación de intimidad. Pero, ¿por qué se crea ahí la intimidad? Porque el yo, en la medida en que, con todos los componentes del daño, de las fantasías sadomasoquistas…, lo que queráis, con todo eso…, la función, por ejemplo, de la fantasía en el niño, que tiene que ver con esto que estoy diciendo, es fundamental ¿Por qué? Porque está creando una distancia con el otro, está creando un mundo interno a pesar de que está defendiéndose del vacío pulsional con sus fantasías, pero es un modo de defenderse que crea mundo interno y, a partir de ahí, podrá quizás articular la estrategia de su deseo. Siempre lo he dicho. No hay deseo sin estrategia. Lo que diferencia al deseo de la fantasía es que el deseo tiene estrategia. La estrategia del deseo es darle al deseo una posibilidad, organizar las defensas en función del deseo no contra el deseo como hacen habitualmente las fobias, por poner un ejemplo. Para que uno pueda no tener que defenderse contra el deseo es fundamental que haya mundo interno y el mundo interno se crea en la medida en que el vacío pulsional pueda funcionar del modo que fuera, pueda funcionar como falta, es decir, hay ausencia. El niño con las fantasías infantiles está creando distancia. La propia mentira infantil, cuando no es compulsiva es también crear distancia e intimidad frente al otro invasivo. Son defensas pero no propiamente contra el otro, no contra el deseo, y eso es la clave de lo que yo llamo intimidad; el poder soportar la soledad del deseo, cada uno como pueda. El niño empieza con las fantasías, después tendrá sus ideales, después tendrá lo que fuera, pero en la medida en que eso pueda no obstaculizar ni el deseo ni el dolor, es decir no vive solo del daño, puede abordar el deseo, puede abordar el daño del lado del dolor y no tanto desde el lado persecutorio. Y esos son defensas porque un deseo sin defensas es inimaginable, es como decir yo quiero ir al Everest y no moverse, comprarse un equipo, etc.; entonces no hay deseo, por poner un ejemplo para entender lo que yo entiendo por estrategia del deseo.
Orexis en griego es deseo. Desde Aristóteles la orexis es un tipo de movimiento sin causa física, es decir, es un deseo que mueve al sujeto sin que haya un empuje físico. Es un empuje de una causa, dice él, de algo que no está en uno más que como no ser, como potencia. Lo que mueve es la falta, ya no como mero vacío, sino como deseo. La famosa tolerancia a la frustración lo que significa es que es que la frustración, el que las cosas no salgan como uno quería, no mata el deseo, sino que lo relanza, lo reitera porque el deseo es fundamentalmente reiteración. Pero cuando no es posible vivir la frustración, digamos, del lado del deseo sino del lado del daño, entonces el deseo queda desarbolado porque está desautorizado por el otro y, entonces, tendremos el problema del reconocimiento que es también importante en la formación del yo. El destino del reconocimiento en la formación del yo es importante para crear unidad yoica, pero una unidad yoica que no impida lo que Freud llama la escisión pulsional, es decir, que no cierre la intimidad. Porque si tú creas unidad yoica mediante el reconocimiento del otro, sin distancia del otro, no hay intimidad posible. Si el otro te descalifica, te desarbola inmediatamente, y tu deseo queda desacreditado si el otro no lo reconoce. Someter el deseo al reconocimiento del otro tiene muchísimo peligro porque, efectivamente, puede suponer un descrédito del deseo. El deseo puede ser débil, confuso, contradictorio, pero eso no quita que uno tenga deseo, ni muchísimo menos. Puede ser confuso y todo lo que queráis, pero nunca puede estar desacreditado.
La articulación de la demanda inconsciente tiene varios modos de verse, pero se da fundamentalmente cuando el vacío pulsional puede ser, a partir de la formación del yo, construido como falta. La pulsión tiene estatuto de demanda, puesto que el otro está dentro de la vida de uno, lo que significa que el vivir de uno está, digamos, intervenido o expropiado por el otro, por lo que me tengo que dirigir al otro para vivir y ese dirigirse al otro para vivir es la vida como decisión y desafío. Llamo articulación de la demanda inconsciente cuando uno se dirige, no al objeto persecutorio, ni al objeto total, sino a un sujeto que desea igualmente. Uno se dirige al deseo del otro.
PREGUNTAS
Piedad Ruíz. Si pensamos la elaboración como el trabajo fundamental en los análisis, esto requiere que el sujeto disponga de defensas ante la angustia fundamental, ante la angustia del vacío pulsional, como has reiterado hoy. Requiere que el sujeto disponga de defensas del tipo que fuese. Entonces, cómo pensar, por ejemplo, las adicciones graves, en las que en algún momento has hablado de automatismo pulsional, es decir, casos en los que queda poco espacio al sujeto, o cómo pensar los TOC que hoy también has nombrado, en los que las defensas parecen haberse construido precisamente para evitar la aparición del sujeto del conflicto. Evidentemente, esto supone una dificultad añadida. Tengo un caso grave de una chica joven en este momento que padece un TOC y cada vez que yo intento indagar algo de su vida afectiva, de sus vínculos con sus amistades, etc., inmediatamente vuelve a insistir en describir los síntomas, sus pensamientos intrusivos sobre todo, pero también los impulsos que le destruyen la vida diariamente. De este modo, el tratamiento es complicadísimo.
Francisco Pereña. El próximo día hablaremos de la elaboración, pero hay un aspecto muy importante que es que, efectivamente, por ejemplo en el TOC, que es cómo borrar algo. Ya no solo es no tener la experiencia del otro que aparece en muchas experiencias, sino borrar la existencia del otro. Es simultáneo. El trabajo inmenso, pulsional evidentemente, convertido en defensa el exceso pulsional que hace el TOC para controlar todo, es espeluznante y eso es un modo de borrar al otro. Lo que quiere es controlar al otro absolutamente. Es un modo de vampirismo al revés. El mito del vampiro no ha tenido éxito por casualidad. Si tú borras al otro de verdad como intenta el TOC, te tienes que morir. El TOC se muere de una determinada manera que es convirtiéndose en un autómata litúrgico, autómata ritual. ¿Por qué razón? Porque si tú borras al otro que está en el corazón de tu vida. Si tú borras al otro te has borrado tú, te has muerto tú. Y, entonces, hay casos de TOC que son verdaderos zombis, auténticos zombis porque han borrado al otro y se han borrado como sujetos. Estoy hablando del vampirismo porque es más frecuente de lo que parece. Lo que llaman pasión no es deseo. Lo que mueve la sexualidad no es la identidad yoica, es la vida pulsional como deseo de alcanzar la vida en el otro. Es tomar al otro, que hay dentro de mí, por fuera como pura vida. Y se vuelven locos. La gente con la sexualidad se vuelve loca. Y, entonces, ahí el vampirismo no es ni más ni menos que decir: es una manera de chupar la vida al otro. En el vampirismo, cuando tú decides chupar la vida al otro que está fuera, tú ya te has colocado de muerto y, entonces, tienes que ir a por el otro a acosarlo, a vampirizarlo porque el otro interno lo has puesto fuera y ya no es una falta. Es un vacío y tú estás muerto si no le chupas la vida, si no lo utilizas. En el caso del TOC es verdad que no es precisamente eso, no es tanto un apasionado como un zombi. Pero estos que parecen tan apasionados y que son vampiros terribles que dicen: yo es que no lo puedo controlar. Y lo dicen en el sentido de estar en manos del exceso pulsional, con el objetivo de extirpar el otro de dentro, lo ponen fuera y van a por él, a vivir de él y en la medida en que tú extirpas al otro de tu interior estás muerto. Hoy no es el momento de hablar de ello, pero yo creo que la razón del amor es esa. La razón del amor es la posibilidad de un vínculo que está basado en la pérdida, en la ausencia, en la separación y en la soledad.
Ana Martínez. Y, este borrar al otro… me estoy acordando de la anorexia y el rechazo al otro, el rechazo radical al otro… Tú hablabas de la libidinización del rechazo…