E. Roudinesco: Freud en su tiempo y en el nuestro. Reseña de Piedad Ruíz.

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Freud en su tiempo y en el nuestro

Elizabeth Roudinesco, Ed. Debate, 2015

Reseña de Piedad Ruíz. Psicoanalista. Madrid.

I

La autora reconoce que decidió escribir este libro tras la publicación de los best sellers, El libro negro del psicoanálisis, obra colectiva que reúne las colaboraciones de unos cuarenta autores y El crepúsculo de un ídolo de Michel Onfray (que ella califica de panfleto). Dice que las tesis que en ellos se defienden “contribuyeron a instalar en la opinión una imagen turbia de la vida de Freud, una imagen fundada, llegado el caso, en los rumores más delirantes que, sin embargo, se exponían como verdades establecidas”. Y agrega: “De ahí, mi decisión de emprender este trabajo biográfico e histórico, en un momento en que por fin los SFA (Sigmund Freud Archives) se abrían a los investigadores”.

Estamos así ante una obra que vuelve sobre algunos aspectos biográficos que seguramente no se encuentran en las distintas biografías anteriores, desde la escrita por Wittels en 1924 a la de Peter Gay de 1988, o a la “oficialista” de Jones, que fue cuestionada en 1970 por Ellenberger y por otros trabajos historiográficos a los que se adhiere la autora. Como su título indica, en ésta se recogen esos aspectos biográficos al hilo de los acontecimientos históricos de la época para subrayar cómo incidieron en la vida de Freud y en su obra. Por tanto, es la obra de una historiadora (Miembro de la Sociedad Francesa de Historia de la Medicina y Presidenta de la Sociedad Internacional de Historia de la Psiquiatría y del Psicoanálisis) que a la vez se formó en psicoanálisis en la Escuela Freudiana de París de 1969 a 1981.

Ahora bien, el lector no debe esperar nada de la segunda promesa del título sobre el Freud de “nuestro” tiempo, salvo lo obvio: Freud fue el fundador del psicoanálisis y un pensador sin el que no se puede entender el siglo XX. Además, como apunta la autora en su introducción, desde el punto de vista psicoanalítico, existen muchos Freud, pues “cada escuela psicoanalítica tiene su Freud –freudianos, kleinianos, lacanianos, culturalistas, independientes- y cada país ha creado el suyo”. Y no cabe esperar nada más, porque para indagar sobre la incidencia de Freud en la actualidad sería necesario hablar ya de todas las aportaciones de muchos psicoanalistas postfreudianos sin las que el psicoanálisis hoy no existiría o, mejor dicho, la clínica psicoanalítica. Luego, se puede decir que el psicoanálisis de “nuestro” tiempo no existiría sin la clínica psicoanalítica y fundamentalmente sin las investigaciones clínicas llevadas a cabo precisamente ante las cuestiones que Freud no pudo resolver y que ya no buscan fundar un “corpus” teórico sin verificación clínica, sino una clínica que obliga a pensar una y otra vez todas las aportaciones que la hacen inteligible.

II

Roudinesco hace un complejo retrato de Freud insistiendo una y otra vez en afirmar que se trata de un personaje sumamente contradictorio, empeñado, eso sí, en ser reconocido como alguien que había revolucionado los cimientos del pensamiento de Occidente y que no había reducido su invención al “enfoque clínico de la psique”, sino que se había adentrado en otras disciplinas como el análisis literario, la antropología, la filosofía, la mitología, la biología, la política, etc. Es comprensible que la autora debido a su propia formación, se encuentre cercana a estos múltiples enfoques de la obra freudiana que son precisamente de los que se ocupa en su libro.

Así pues, no cabe esperar ninguna  aportación  clínica, salvo algunos nuevos datos inéditos y algunos comentarios sobre los casos de Freud que podemos considerar como rotundos fracasos terapéuticos. Es decir, no pone en duda las crítica a los supuestos “éxitos terapéuticos” sobre los que Freud iba avanzando en sus tesis teóricas, sino que subraya el hecho de que se tratase de fracasos, algo que, por otra parte, el propio Freud de algún modo reconoció, ya que en realidad eran estos fracasos lo que le permitía pensar cada vez de nuevo la clínica, aunque volviese a confundirse. Confusiones y errores que han permitido seguir pensando la clínica desde esos pequeños o grandes rastros que dejó abiertos a la investigación, véase sus conceptos sobre la pulsión y el inconsciente.

Veamos algunos de estos fracasos de los que se ocupa Roudinesco, seguramente para devolverles cierta dignidad crítica y no panfletaria. Para empezar, el de Enma Eckstein, víctima de sus divagaciones teóricas con Fliess o el de Margarethe Csonka que se inventaba en las sesiones sueños e historia familiares ajustados a la doctrina freudiana y cómo no el de Ida Bauer, el célebre “caso Dora”, que se negó a asumir las interpretaciones preconcebidas  de Freud y que interrumpió su tratamiento. Este caso, uno de los más comentados de toda la historia del psicoanálisis que reunía, según la autora, todos los ingredientes que caracterizaban la sexualidad de la época, fue usado de forma prejuiciosa por un Freud impaciente por probar la etiología sexual de las neurosis. También nos muestra a un Freud obsesionado por demostrar  sus tesis teóricas sobre el complejo de castración articulado al complejo de Edipo. Y aquí la víctima es Serguéi Pankejeff  que terminó identificándose con la invención freudiana sobre su caso, es decir, con el Hombre de los Lobos. Y si hablamos de “invención”, es porque el propio Freud usó ese término para referirse en Construcciones de psicoanálisis a la construcción sobre el sentido del famoso sueño de los lobos que supuestamente esclarecía la enfermedad de Serguéi. Pero no menos interesante es el caso que permitió a Freud escribir su texto Fetichismo, nos referimos al caso de Carl Liebman, que soportó la interpretación sobre su fetiche como sustituto del falo materno y que, como Serguéi, terminó sus días narrando su cura con Herr Professor y repitiendo: “Soy el pene de mi padre”. Curioso igualmente es el caso de Bruno Veneziani, cuñado de Italo Svevo, que impresionado por el fracaso radical de su tratamiento escribió La conciencia de Zeno, novela que muestra muy bien las tribulaciones de un personaje atormentado por su melancolía y por una vida condenada al fracaso, que terminó convirtiéndose en una especie de antihéroe moderno.

III

Como ya hemos dicho, no cabe esperar ninguna aportación clínica. Sin embargo, los pasajes en los que la autora se ocupa de la relación de Freud con sus discípulos tienen su interés, sobre todo, porque muestran como Freud anteponía su afán por institucionalizar el psicoanálisis a cualquier controversia teórica que, además, generalmente se saldaba con la enemistad personal y con una acusación de disidencia. Esto tiene su importancia, ya que ha marcado desde entonces al psicoanálisis institucionalizado con un carácter religioso y sectario  (como si existiese  un psicoanálisis verdadero), luego ya dado, algo que ha impedido en gran parte la investigación clínica, que por otro lado, como ya hemos dicho, es lo que ha sostenido la clínica psicoanalítica y las aportaciones decisivas en otras disciplinas, por ejemplo, las aportaciones de la clínica infantil en la psicopedagogía, en la pediatría e incluso en la educación o las aportaciones en la psicología y la psiquiatría sobre psicopatología.

Este apremio de Freud por fundar un movimiento político que permitiese la creación de instituciones que hicieran perdurar sus descubrimientos es comprensible, pero ha dañado seriamente la clínica psicoanalítica hasta nuestros días, pues el psicoanálisis, su clínica y su transmisión, se sustenta en todas aquellas aportaciones que han mostrado su valor clínico y que ya son ineludibles.

IV

Por último, lo que sí aporta este libro son algunas coordenadas históricas de la cultura de la Mitteleuropa  que  pudieron, según Roudinesco, influir en Freud para crear ese movimiento internacional que no podía conformarse con una enseñanza universitaria. Dice, por ejemplo: “En una época en que se desarrollaban el feminismo, el socialismo y el sionismo, Freud soñaba pues –él también- con conquistar una nueva tierra prometida y convertirse en el Sócrates de los tiempos modernos”. Por ello, El malestar en la cultura, el texto de Freud más leído y más traducido es a la vez para la autora “el más negro”, pero también “él más luminoso, lírico y político”.

Por otro lado, Freud  es considerado como un conservador, a veces liberal, a veces reaccionario, según sobre qué aspectos tomaba posición. Así,  rechazaba tanto el  American way of life por su excesivo individualismo, como el catolicismo por su imposible máxima sobre el amor al prójimo, o el comunismo, por creer en la ilusión de la igualdad de los hombres.  A la vez rechazaba toda forma de dictadura, pero desconfiaba también de la democracia que otorgase demasiado poder a las masas y prefería una especie de república de elegidos “procedente de la tradición platónica y de la monarquía constitucional”.

Y en este punto, Roudinesco vuelve sobre las grandes contradicciones de Freud. Uno de los ejemplos podría ser su posición respecto del sionismo y el feminismo. Freud tuvo la intuición de que la cuestión de la soberanía de los Santos Lugares estaría algún día en el centro de una disputa insoluble. Es decir, según la autora, “se mostró muy lúcido en el análisis de su judaísmo, pero tuvo una verdadera ceguera en cuanto al antisemitismo nazi”. En este sentido, el capítulo titulado “Frente a Hitler” expone estas contradicciones y la posición tomada por el propio Freud y los distintos psicoanalistas frente al nazismo.

En cuanto a las mujeres, parece ser que Freud censuraba la misoginia de algunos de sus discípulos y de los médicos de su época, afirmando que la supuesta inferioridad de la mujer no era más que una construcción fantasmática. Sin embargo,  él mismo se convirtió en el mayor exponente de esos mismos prejuicios al elevarlos a la categoría de conceptos en su teoría falocéntrica sobre la diferencia sexual.

Piedad Ruiz. Psicoanalista Madrid

Noviembre, 2015